¡Hola, rubia! ¿Te gustan los libros que llegan muy dentro? De esos que te dejan pensando y dándole vueltas a alguna idea. Si es así, Almas grises, una novelita corta de Philippe Claudel, es para ti; no me cabe duda: ¡te gustará! Porque si hay una cualidad destacada de Almas grises, esa es precisamente que te remueve por dentro.
Almas grises es la primera novela de Philippe Claudel traducida al castellano, en concreto, en 2005. Probablemente ésta no sea la mejor presentación para un libro. Las traducciones de las primeras obras de autores extranjeros a veces dejan mucho que desear. Pero si la editorial que está detrás es Salamandra (que como es habitual, te ofrece aquí sus primeras páginas), uno ya está más tranquilo, ¿verdad? Por regla general, hablar de Salamandra supone toda una garantía; y si la propia Salamandra también se ha hecho cargo de la edición de las tres siguientes novelas de Claudel, La nieta del señor Linh (de la que he oído -y leído- hablar muy bien), El informe de Brodeck y la más reciente Aromas (de 2013), es que ya estamos hablando de algo que promete mucho.
Promete y, lo mejor, cumple con creces las expectativas.
Almas grises es una novela más bien breve, de poco más de 220 páginas. Más que suficiente para mostrarnos la cara y cruz de la condición humana. Sí, has leído bien; así de grande es la historia que va tejiendo Claudel. Poco a poco, con muchos saltos temporales (que podrían despistar algo, si bien, prestando atención al tiempo y a la propia historia, se sigue sin problemas), el autor nos introduce en la historia del asesinato de la pequeña Belle de Jour, la hija del dueño de un restaurante en una pequeña ciudad francesa (V, ¿de Verdún?) cerca del frente de guerra durante la Primera Guerra Mundial.
Almas grises arranca como si de una novela policiaca se tratase pero ya en la página veinte se detecta el primer indicio de que el libro va a tener más enjundia que una novela negra. El crimen de la niña es la excusa para comenzar a sacar, ya desde el principio del libro, el catálogo de miserias humanas: en la página veinte, en el gélido escenario del asesinato, la principal preocupación del juez Mierck, instructor del caso, son los huevos pasados por agua que desea. A partir de ahí...
¡Vaya elemento, el juez! Un personaje que se hace odioso desde su primera aparición y que durante toda la novela logra empeorar la impresión que tenemos de él. Principalmente, por abusar de su poder, muy especialmente ante los débiles. Y no es el único personaje que lo hace: el coronel Matziev está a su misma altura. Ambos son los máximos responsables de la investigación, los que torturarán a Yann Le Floc, un inocente desertor del frente, haciéndole confesar el asesinato de la niña durante un pasaje espeluznante.
Un crimen cruel, un pasaje espeluznante... por si no lo habías percibido, te lo aclaro: Almas grises es un libro duro. Escrito con mucho tacto, sí, pero duro. No concede tregua. Aviso: es deprimente. Que surge un rayo de esperanza o de optimismo, de esperanza, ¡no puede ser!, se hace desaparecer en un suspiro. Y más que los hechos, de por si duros (y eso sin necesidad de insistir en que el frente de la inacabable Primera Guerra Mundial está justo detrás de una colina, a pocos kilómetros), lo más duro es el comportamiento de los personajes.
¿Has notado el contraste entre lo que se espera del juez y Matziev y lo que hacen? Precisamente quienes más deberían buscar la verdad y aplicar la justicia son los primeros en ocultar la verdad en su propio beneficio. Odiosos, sí. Detestables, mucho. Malos, malísimos. Pero. ¿Un pero? Sí. Porque Matziev fue uno de los militares que dio su apoyo al capitán Dreyfus y salió en su defensa, lo que le costó su carrera; el detestable Matziev tuvo su momento de honor durante el caso Dreyfus. Igual resulta que Matziev no es tan malo como pensábamos.... e igual Le Floc no es tan inocente como pensábamos.
Eso es Almas grises. Nadie es blanco y nadie es negro. Nadie tiene una sola cara. Tampoco Joséphine Maulpas, amiga de la infancia del narrador, una indigente a la que Mierck y Matziev desprecian porque no quieren escuchar lo que tiene que decir. Tampoco lo es Lysia Verhareine, la nueva maestra (tremenda la historia del anterior maestro), el personaje más atractivo de la novela pero que no es exactamente lo que parece. Y, por supuesto, tampoco lo es Destinat, el seco fiscal sobre quien recaen muchas de las sospechas del asesinato de Belle.
Pero no acaba ahí la cosa.
La novela está muy bien narrada en tercera persona por el comisario (del que nunca sabremos su nombre) encargado de la resolución del crimen. Este recurso permite a Claudel distanciarse y tratar los hechos de una forma bastante cruda, algo que funciona muy bien en todo el libro, gracias a las frases cortas y precisas. Y algo más: entre tanta desolación y tanta mentira, hay quien sigue buscando la verdad, alguien a quien aferrarse. Así es. Es más, años después, el comisario logra resolver el misterio.
Ahora bien, fuera de su papel de narrador, el comisario es un personaje más. Resuelve el crimen que le tenía obsesionado y, a la vez, poco a poco, vamos sabiendo algunos detalles de su existencia. Sabemos de la mirada que Lysia le dirige desde lo alto de la colina. Sabemos de la trágica muerte de su esposa, Clémence. Y también sabemos que, en Almas grises, nadie es blanco y nadie es negro. Y el narrador no es una excepción.
En definitiva, Almas grises es un libro duro, impecablemente escrito, con el telón de fondo de la durísima Primera Guerra Mundial, que juega con las diversas caras opuestas que pueden tener las personas. El héroe y el monstruo que pueden coexistir en la misma persona. Una novela muy recomendable que nos obliga a juzgar a los personajes para, unas páginas después, cuestionarnos nuestro veredicto.
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