¿Sabías que tenemos un amigo común?
¡Lo descubrí este verano!
¿Adivinas de quien se trata?
Te daré unas pistas: es uno de los grandes, escribe en lengua inglesa y vivió en el siglo XIX.
¡Ni más ni menos que el mismísimo Charles Dickens!
Nuestro amigo común es precisamente el título de la última novela acabada por Dickens. Fue en 1865, apenas unos meses después del accidente ferroviario que sufrió, junto a su amante y su madre (la de su amante, no la suya), volviendo a Londres en el Ferrocarril del Sureste, en Staplehurst, y en el que estuvo cerca de morir. En la edición de Debols!llo el propio Dickens hace una referencia a este accidente en su Posfacio a modo de prefacio, puesto que es el libro en el que estaba trabajando entonces. Según la Wikipedia, en una carta escrita unos días después del accidente, el vagón de Dickens fue el único de primera clase que no cayó al agua. Dickens colaboró muy activamente en el rescate de las víctimas y, antes de marcharse, volvió a su vagón a por el manuscrito de Nuestro amigo común. Por lo visto, el accidente le dejó algo tocado (no me extraña porque el accidente debió ser de aúpa) y durante dos semanas perdió el habla.
Después del accidente, Dickens escribió únicamente cuatro relatos cortos y la novela inacabada El misterio de Edwin Drood. En honor a la verdad, el accidente igual no tiene tanto que ver para que escribiese menos; después de Grandes esperanzas, finalizada en 1861, Dickens estaba ya bastante entregado a las lecturas públicas y sólo completó una novela y unas pocas historias cortas. Es decir, Nuestro amigo común es la última novela de uno de los más grandes y exitosos escritores del siglo XIX y, poniéndonos solemnes (¡toma ya!), de la Literatura Universal de todos los tiempos.
Lo primero que llama la atención de Nuestro amigo común es que se trata de un tocho imponente. En la edición de Debols!llo, muy correcta (sinceramente, mejor de lo que esperaba) son casi 1100 páginas. A muchos lectores, un volumen de esas proporciones les echa para atrás porque no saben si van a poder mantenerse enganchados el tiempo que requiere un libro de esas dimensiones o porque manejar un libro de ese peso se llega a hacer incómodo (leyendo en la cama, se te cae encima; llevarlo en transporte público es como arrastrar una losa; igual algunos deberíamos pasarnos al ebook para esos menesteres).
Personalmente, mi actitud ante un tochazo de ese calibre depende de la estructura que tenga el libro. En el caso de Dickens, por la forma en que se publicaba en su tiempo, es muy habitual que las novelas se dividan en libros y que éstos se subdividan en muchos capítulos relativamente breves. A mí eso me gusta porque puedes empezar a leer un capítulo y dejarlo terminado en un ratillo. Nuestro amigo común no es una excepción y puedes afrontar su lectura sin miedo: está dividido de forma muy conveniente en cuatro libros; los puedes leer de un tirón o, si lo prefieres, los puedes alternar con otras novelas al cambiar de un libro a otro.
¿Qué vas a encontrar en Nuestro amigo común? A Dickens en estado puro. Con todo lo bueno y lo malo que eso supone.
Con lo mejor de Dickens, que, para mí, son los personajes. Dickens tiene la virtud de crear personajes memorables de la nada. Es verdad que recurre a una caracterización extrema y llega a lo grotesco en muchos casos, pero sus personajes, de lo tópicos que son (y se han convertido en tópicos por la herencia victoriana, con Dickens a la cabeza) están perfectamente definidos en cuanto a su carácter y posición social. En el universo de Dickens se repite el mismo patrón de personajes: siempre están los buenos, los inocentes, los malos y algunos malillos que se convierten en buenos. Por supuesto, salvo excepciones, se reconoce a la legua a qué especie pertenece cada uno.
Así es Dickens. La transparencia de sus personajes implica, como contrapartida, que sus tramas resulten casi siempre bastante previsibles. Los buenos acaban felices como perdices, los malos reciben su merecido y los malos reconvertidos en buenos se redimen, dando ejemplo. Salvando las distancias de espacio y tiempo, es casi como estar delante de una telenovela, con su puntito sensiblero también. Tal vez parezca un tanto irreverente tratándose de uno de los escritores más grandes en lengua inglesa, con el permiso (¡qué remedio!) de Shakespeare, pero es un poco la impresión que da Dickens, al que la trama, muchas veces, deja en evidencia (igual el lector del siglo XXI, aunque sólo sea por la influencia del cine, no es igual de ingenuo que el lector del siglo XIX).
Esto mismo sucede en Nuestro amigo común. Desde el primer capítulo se sabe que Lizzie Hexam viene a ser como un ángel que colma de bondad todo lo que toca, igual que sucede con los adorables señores Boffin o con el eficiente y noble Rokesmith. También desde su aparición se sabe que los Veneering son pura fachada, que los Lammle son unos canallas que saldrán muy mal parados, que Riderhood, Silas Wegg y Fledegby son unos malos bichos o que Bella Wilfer y Eugene Wrayburn (este último con dudas, pensaba que su personaje se moriría a mitad de novela; en Dickens siempre muere alguien) cambiarán gracias a la fuerza del amor. Eso es Dickens: desde el principio deja las cosas claras. Para eso está el primer libro, para presentar a los personajes y, en el caso de Nuestro amigo común, para tratar de crear cierto misterio en torno a la aparición, ahogado en el Támesis, del heredero de una inmensa fortuna.
El guion no es el fuerte de Dickens en la medida que resulta muy predecible pero no supone mayor problema porque la narración es maravillosa. Dickens juega con su colección de personajes arquetípicos igual que un mago con las cartas, el conejo y la chistera. Deja asombrado al lector. Es un maestro de las letras, sabe cómo escribir y sacar el máximo partido a lo que escribe. En Nuestro amigo común, el primer capítulo, titulado "Ojo avizor" (que Debols!llo pone a tu disposición), es memorable. En el segundo capítulo ya comienza el juego de manos del mago (de letras, en su caso) combinando personajes, escenas y, cómo no, su crítica al esnobismo de la aristocracia británica y a la estratificación social. Eso también es Dickens: un mago de la prosa que elabora una estructura planificada y ejecutada de forma muy consistente y expuesta con buen gusto.
El argumento, moralizante tantas veces, se queda en algo relativamente secundario. En el caso de Nuestro amigo común, el tema de fondo está bien tratado, sin llegar a ser brillante: el dinero y la avaricia corrompen al hombre, mientras el amor verdadero es capaz de sacar lo mejor de las personas y las sitúa en un plano por encima de lo material. Una excusa muy bien llevada que permite a una galería de personajes impecablemente bien creados desfilar por el Londres más literario y que también posibilita que Dickens haga maravillas con su pluma, con su estilo inconfundible, plagado de ironías, sátiras y de guiños cómicos. Porque eso también es Dickens.
Por todo esto, Nuestro amigo común es Dickens en estado puro.
Si aún no te has estrenado con Dickens (ya te vale; no tengas miedo de los clásicos), en mi opinión, no es la mejor de sus novelas. La intriga inicial se resuelve muy pronto y la trama es bastante previsible, lo que resta interés al libro. Para debutar con Dickens, leería Historia de dos ciudades, magnífica y de un tamaño más prudente, o probaría con David Copperfield, una delicia de principio a fin.
Si ya has leído a Dickens, puede que todo lo anterior ya te resulte familiar, por lo que tienes criterio para saber si Nuestro amigo común te va a gustar. Es Dickens. Si, como a mí, te han gustado otras novelas suyas que hayas leído anteriormente, sin duda, ésta también la disfrutarás. Y mucho, que para eso es larga.
¡Un saludo para Nuestro amigo común, rubias!
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