¡Feliz año! Hoy, Las rubias también leen te va a recomendar que comiences el año a lo grande. Para ello, vamos a tirar de agenda, de las de papel, y retrocede veinte años, a 1996 (parece que fue ayer, ¿verdad?; pero echa un ojo a alguna foto tuya... ¡el tiempo vuela!), año en el que un todavía semidesconocido autor italiano, Alessandro Baricco, publicaba la maravillosa Seta, es decir, Seda.
Seda es la tercera de las novelas (aceptemos que es una novela corta) de Alessandro Baricco, después de Tierras de cristal (1991) y Océano mar (1993). En España, su edición, en 1997, corrió a cargo de Anagrama, para mí, una de las editoriales más prestigiosas, exitosas y con mejor catálogo de autores. Por cierto, la misma Anagrama también está detrás de la traducción y publicación del resto de novelas de Baricco. Casi nada.
Ya desde su título se adivina que Seda va a ser algo delicado. Lo es y mucho. Como la propia seda; profundamente delicado. La delicadeza, los matices y las metáforas son los rasgos que hacen de esta novela corta (muy corta, a decir verdad) una lectura muy especial, llena de detalles exquisitos.
La apariencia de Seda es extremadamente sencilla; desde luego, no es la de una novela al uso, casi roza la de una fábula. De ahí que no sea fácil catalogar este relato como una novela. Ahora bien, esta apariencia es justamente eso: pura apariencia. Detrás de una prosa simple y concisa, Seda esconde una historia sutil perfectamente trenzada. Está escrita en tercera persona, con una escrupulosa secuencia lineal a partir de la vida, ya adulta, de su protagonista masculino, Hervé Joncourt, residente en Lavilledieu (un agradable pueblo francés situado en el departamento de Ardèche, en la región de Ródano-Alpes, que en el momento en que transcurre la novela contaba un millar de habitantes), casado con Hélene, sin hijos y dedicado a la compra de gusanos de seda en la segunda mitad del Siglo XIX (cuando Flaubert estaba escribiendo -y a medida que avanza el relato, terminando- Salambó)... ¡en Japón!
Los viajes de Hervé a Japón, un trayecto interminable que Baricco concentra repetidamente en apenas diez deliciosas líneas en las que al lago Baikal siempre acompaña algún matiz, son la excusa para asistir al desarrollo de los acontecimientos que articulan la novela. A nivel de personajes, el encuentro de Hervé con el Hara Kei, con la mujer cuyos ojos no tenían aspecto oriental. Todo ello con el telón de fondo de un Japón previo a la revolución Meiji, es decir, un Japón que hasta hacía nada permanecía prácticamente impenetrable para los extranjeros y que vivía unos momentos bastante convulsos. Viajes, eso sí, de los que Hervé lograba regresar a tiempo para la Misa Mayor cada primer domingo de abril y reencontrarse con su mujer y algún amigo.
Seda está construída con dos hilos que se entremezclan. Por una parte, la historia japonesa, que centra la primera mitad del relato y la parte más activa de la novela. La otra mitad, que se va acaparando el interés poco a poco, más intimista, corresponde a la historia francesa, en la que Hervé comparte protagonismo con el simpático e incomprensible Baldabiou (un personaje de ensueño), con su mujer Hélene y con Madame Blanche. Son dos partes contrapuestas en casi todos sus aspectos, desde la aventura que representa Japón frente a la tranquilidad que marca la vida doméstica hasta la posición que adopta de Hervé en cada una de las dos historias.
A medida que avanza la novela (y lo hace muy rápido, puesto que cuenta con tan sólo 127 páginas de pequeña dimensión y una letra generosa; si estás acostumbrado a novelas extensas, la brevedad puede dificultar entrar en el libro y puedes necesitar saber más del pueblo, de los personajes, etc.), las dos historias ganan en intensidad y los finales de ambas historias resultan conmovedores. En mi opinión, el final de la historia francesa (tranquilo, no revelaré nada, salvo que quieras, en la parte de los comentarios), que supone el final al relato, es una joya. En ambos casos, la delicadeza es extrema, tanto en lo que se dice como en lo que se omite.
El ejercicio de estilo es mayúsculo. La descomposición en 65 capítulos breves lleva a evocar a los paneles de pintura japoneses. La prosa sigue un ritmo del relato fluye adecuándose, incluso en su forma, al fondo, como si de una melodía se tratase (el propio Baricco ha reconocido la musicalidad de sus novelas). Todo ello logra llevarnos del mundo exterior en el que transcurre la narración al mundo interior de los personajes y sus sentimientos, donde se sitúa el verdadero epicentro de Seda.
Literatura de la buena, Seda es una elección perfecta. Una novela muy corta (y a muy buen precio) que te ofrece una infinidad de detalles que degustar, tanto si la lees por primera vez como si decides releerla (como ha sido mi caso). En definitiva, un libro excelente que disfrutarás y que, además, tiene mucho que comentar.
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